El sentimiento de pertenencia a una familia, bajo el sintagma “nosotros o los nuestros”, empuja a pensar que lo mejor es la unión de la familia. Si bien esto puede ser verdadero para el sujeto, es ciertamente real que ella es el lugar privilegiado donde se expresa el malestar. Es más, desde la vertiente pulsional que le es propia, la familia no puede dejar de producir malestar. ¿Este malestar es causa o efecto de una determinada locura familiar? Es el decir del sujeto que podrá dar cuenta sobre “lo que en él eso perturba”, bajo la experiencia de lo umheimlich, una mezcla de extrañeza y familiaridad.
Cabe destacar en el malestar, el mal-estar en tanto el sujeto ha de encontrar su lugar en el entramado familiar; pudiendo leer, o no, el cruce entre deseo, amor y goce en relación al campo del Otro, S (A/), lo cual es una operación que implica, de alguna manera, un “mal”. La familia pues, para el sujeto, es mal dicha (mal dita en catalán), por tanto, siempre mal entendida… por la incidencia de la colisión del lenguaje con el cuerpo. Perennemente mal hecha, pues.
Entonces, por más que incomode: ¡Maldita familia! Unida por el secreto del goce del padre y de la madre. Secreto que empuja al silencio “de eso no se habla”.
Se forma en el malentendido, en el desencuentro, en el abuso…; es el lugar donde el sujeto ha experimentado el peligro, indica J.-A. Miller, [1] hasta tal punto, añadimos, que en ella puede acontecer lo peor.
Por destacar un ejemplo de la vida pública que da buena muestra de ello, el “caso Hildegart” estudiado por Luís Seguí [2] (llevado al cine en el film “La Virgen Roja” de Paula Ortiz). La madre, Aurora Rodríguez, fue enjuiciada y condenada en 1933, en el contexto de época de entreguerras, por el asesinato de su única hija Hildegart (“jardín de la sabiduría”). No tuvo padre dado que fue el producto de “los servicios de un genitor”, un cura en el lugar de “colaborador fisiológico” [3]. Tuvo la certeza que sería una niña, nacida en 1914, destinada a protagonizar su proyecto doctrinario bajo el empuje de teorías eugenésicas y una ideología redentorista. Ciertamente, se ve bien la vertiente del superyó feroz de esta madre que, mientras adoctrinaba a la hija, iba tomando cuerpo su paranoia megalomaníaca. En el caso, llama la atención la posición de sumisión absoluta de la hija hasta que, tras experimentar el amor y el deseo por un joven, vio necesaria la operación de separación del estrago materno y, ello, pasaba por tomar distancia real de la madre. Esta, no obstante, al percatarse del movimiento subjetivo de la hija, con el temor de haberla perdido, perpetró el pasaje al acto criminal. Si algo pudiera decir este acto sería: Si la hija no podía ser suya, no sería de nadie. La madre reconoció en el juico haber cometido el crimen.
A la luz de este caso, desde el psicoanálisis, cabe diferenciar el reconocimiento del acto cometido de la asunción de la responsabilidad subjetiva. A mi parecer, se necesita de un tiempo, para verificar si es posible la transformación de la aceptación inicial a hacerse cargo de la locura del acto violento, lo cual no es sin la posición de implicación propia del sujeto.
[1] Miller, Jacques-Alain. “Asuntos de familia en el inconsciente”. Mediodicho #32 Digital (a destacar también su Editorial de donde recorto el significante maldita familia), 2007. Disponible en Internet.
[2] Seguí, Luís. “Sobre la responsabilidad criminal”. Psicoanálisis y Criminología. FCF, Madrid, 2012, pp.127-148.
[3] Ibid., p.133.