É. Sadin [1] nos advierte que en los últimos años asistimos al surgimiento de un nuevo ethos del individuo contemporáneo, resultante de un largo proceso histórico con origen en el liberalismo individual surgido en el S. XVII, que prometía custodiar las libertades individuales velando a su vez por un bienestar común.
El pronto naufragio de este modelo se acentúa —neoliberalismo mediante— y asistimos a una gran decepción de los sujetos actuales, que, desconfiados de las representaciones políticas democráticas, se arrogan el derecho de resarcirse de los daños que el sistema imprime. Colabora con ello la acelerada digitalización del mundo, dando lugar, según Sadin, a una nueva subjetividad: el individuo tirano, y en el plano social a lo que da en llamar un totalitarismo de la multitud, un hormigueo de seres esparcidos en posición apolítica que no forman comunidad. Cada uno de ellos se arroga el derecho de reivindicar su modo de gozar. La familia no es ajena a este proceso ya que, en esa misma línea temporal, ha perdido potencia la función paterna que la estructuraba. Se trata de una declinación general del Otro y sus semblantes, prima la increencia.
Si bien el de Sadin es un análisis sociohistórico, puede servirnos de marco para ubicar la cuestión del Un-dividualismo moderno que nos propone Miller [2]. Dicho sintagma articula el individualismo de nuestros tiempos con los desarrollos de la última enseñanza de Lacan. Esta última complementa el ‘no hay’ de la relación sexual al enunciar aquello que hay: ¡Hay Uno! Uno-solo en su goce autoerótico, fuera de toda semántica.
Podríamos hablar de la tiranía del Uno-solo que, como marca primera, imprime su sello indeleble en el parlêtre,produciendo acontecimiento de cuerpo y configurando su singularidad sinthomática. Este es el nivel original de la constitución subjetiva. Luego situamos el segundo nivel que, bajo las formas del Otro, introduce al sujeto en el lenguaje. Todos los elementos presentes en aquello que permite el lazo social —el discurso— se producen en este segundo nivel. La relación S1-S2, estructura elemental del lenguaje, es el único modo en el que aquel Uno admite cierto tratamiento —si podemos decir así—, para propiciar el “nacimiento del Otro”, como condición necesaria para constituir dicho lazo. La familia, haga uso o no de los retazos que quedan hoy de la estructura edípica y de las partículas del padre esparcidas por el aire de la época, tiene como función introducir al niño en el lenguaje nutriéndolo además de las ficciones que pueden modular y moderar el goce “autista” primario del Uno-solo. Sin embargo, nuestra práctica actual pone de manifiesto que asistimos a cierto “fracaso de la familia como discurso” [3], que deja al niño en ocasiones sometido a un goce ilimitado con gran dificultad para hacer lazos estables con los otros. El debilitamiento de la función de la familia deja, según cada caso, al desnudo el goce del Uno-solo. La clínica actual da cuenta de ello. El analista de hoy, en el mejor de los casos, cuando la consulta adviene, tiene la delicada tarea de hallar los modos de tomar un lugar en esa partida.
[1] Sadin, Éric. La era del individuo tirano. El fin del mundo común. Caja Negra, Buenos Aires, 2022.
[2] Miller, Jacques-Alain. “Texto de la contraportada”. En El Seminario, libro 19, …o peor, Jacques Lacan. Paidós, Buenos Aires, 2012.
[3] Cosenza, Domenico. “Narcisismos contemporáneos y clínica del exceso”, Conferencia del ICF de Granada, 2025. Disponible en línea.