Los padres piden ayuda para sus hijos en la Institución, en ocasiones se capta que también piden ayuda para ellos. La Institución, en la cual se acoge el tratamiento del niño, no debiera ser un impedimento para su atención, si se sostiene lo que Miller llamó un lugar Alfa, que supone la operación del analista en la que se produce una mutación que precisa del dispositivo de la transferencia y permite que la interpretación tenga lugar.
Destaco a la entrada dos cuestiones que complejizan el trabajo con niños; la primera es la cuestión de la transferencia. La transferencia en los niños reviste un carácter fundamental, dado que los padres reales están presentes y a menudo es a ellos a quien se dirigen sus preguntas y de sus respuestas dependerá la producción del saber. La cuestión es descubrir cómo se moviliza esto y cómo se pone en marcha para el niño la transferencia con el analista. Los padres caen de ese lugar del saber cuando el niño deja de creer que su respuesta sirve para alcanzarlo o bien también cuando percibe que ellos están implicados de alguna forma en ese malestar que le invade. La segunda es la que se produce cuando a la Institución llegan familias que consultan derivadas por distintos profesionales, donde no hubo ningún trabajo para convertir esa demanda de atención, en una demanda tomada al cargo por ellos.
Es en la experiencia analítica donde es posible encontrar las significaciones que el niño da a la cuestión del deseo de la madre. Según el desarrollo que Lacan hace de la posición que ocupa en la economía libidinal de los padres, se complejiza más o menos nuestra intervención.
El síntoma, hecho fundamental de la experiencia analítica, es una respuesta efecto de significación del deseo de la madre en relación con su falta. Lacan especifica que cuando el niño está en la posición de síntoma no es estrictamente síntoma de la madre, sino del deseo de ella en cuanto que su deseo está articulado al Nombre del Padre. Es en esta posición que el niño responde a la verdad de la pareja parental. Es el caso en el que nuestra intervención permite un mayor alcance, dado que la articulación al Nombre del Padre posibilita cierta dialéctica significante que puede ponerse en juego en las intervenciones. No es así, afirma Lacan, cuando el síntoma que predomina depende solo de la subjetividad de la madre, la articulación se reduce dado que ya no existe la función del Nombre del Padre y el niño está identificado con el objeto del fantasma de la madre, ocupando este lugar, “aliena en sí todo acceso posible de la madre a su propia verdad” [1]. Es entonces que las intervenciones se vuelven mucho más complejas. Si la mujer encuentra en el hijo esa parte perdida de sí misma, este corre el riesgo de quedar congelado en ese lugar.
Tal como señala Nadine Page en el texto para la web de Pipol 12, el desafío de los psicoanalistas en estos casos es presentar una modalidad del Otro que permita aflojar la captura fantasmática. Otro más dócil que propone otras respuestas posibles. Es destacable que a menudo no es tarea fácil y sucede que se producen abandonos del tratamiento si los padres no pueden sostener esto que deviene una distinta forma de hacer con el hijo.
[1] Lacan, Jacques. “Nota sobre el niño”, Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 394.