Es tarea del psicoanalista recordar que las palabras importan. Son las palabras anudadas a un deseo, que en cada decir hablan al niño, las que componen el baño de lalengua que le abre la puerta a constituirse como sujeto. Son palabras los sonidos familiares que marcan, que resuenan en el cuerpo, y que por haber estado allí desde los inicios se olvidan o se hacen presentes en los síntomas. Esas palabras muestran que la transmisión familiar no se reduce de ninguna forma a la herencia biológica, genética o material. En la materialidad de las palabras hay un intangible que se transmite.
La práctica en un hospital pediátrico nos lleva a formularnos preguntas respecto de la transmisión. ¿Qué sucede cuando la transmisión biológica se superpone a la transmisión familiar? ¿Qué sucede cuando los lazos familiares implican la transmisión de una enfermedad hereditaria? ¿Qué sucede en una familia cuando inesperadamente su bebé es diagnosticado de una enfermedad crónica grave a partir de la prueba del talón en el momento del nacimiento?
En muchos casos se trata de algo impensado y completamente desconocido para esos padres que escuchan la noticia. En otros se trata de una enfermedad conocida en sus países de origen, pero sin ningún caso cercano y, por tanto, más del lado de una amenaza de pérdida o daño futuro que de un saber respecto de lo que la condición implica realmente en la vida del bebé. Solo en algunos casos se trata de una enfermedad conocida de cerca.
La noticia toma tonalidades diversas al igual que la respuesta de cada uno. Hay casos en los que la sideración al recibir la noticia deja enmudecido a aquel que habla al niño. La posibilidad del encuentro con un psicoanalista permite, a aquellos que lo desean, abrir un espacio de palabra para enmarcar esa noticia inesperada que se convierte en un real para esos adultos.
Dos premisas nos orientan:
Desde el psicoanálisis, sostenemos que para que haya transmisión familiar debe haber sujeto, sostenemos esta premisa con la misma convicción con la que hacemos existir al inconsciente.
Tenemos presente que no hay situación traumática universal, y que hay una dimensión incalculable en la transmisión que está en el recorte y en la respuesta de cada parlêtre a eso con lo que se ha encontrado.
Lacan en Posición del inconsciente pone el acento en esta dialéctica inicial, en la que el sujeto por venir encuentra el deseo del Otro en “el intervalo que se repite, la más radical estructura de la cadena significante” [1] y afirma que “lo que va a colocar allí es su propia carencia bajo la forma de la carencia que produciría en el Otro por su propia desaparición” [2]. Ese es el valor del “puede perderme” [3], como lo enuncia más adelante, “es su recurso contra la opacidad de lo que encuentra en el lugar del Otro como deseo, pero es para remitir al sujeto a la opacidad del ser que le ha vuelto de su advenimiento de sujeto” [4].
De allí la pertinencia de la intervención de un analista en esos casos: intervenir con los padres apostando por una transmisión que no esté completamente tomada por el temor de perderlo, y que habilite la dialéctica que hará posible que ese niño no quede reducido a su ser de enfermo, atrapado como objeto en el fantasma materno.
Restituir la posibilidad de palabra, relanzar la cadena, promover del lado del Otro que aporte el material sonoro al que el sujeto por venir hará sus “retoquecitos”.
[1] Lacan, Jacques. “Posición del inconsciente”. Escritos 2. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2009, p. 802.
[2] Ibid., p. 802.
[3] Ibid., p. 803.
[4] Ibid., p. 803.