Si hay algo que resulta indiscutible en todo deseo es su carácter enigmático. No hace falta advertir lo irresoluble que por definición misma opera en la pregunta que el sujeto sostiene una y otra vez para enlazarse al Otro, ¿che vuoi?, perpetuando en ese movimiento su propia desaparición. Esa es su condena, a la vez que su salvación, sin lugar a dudas esa dimensión enigmática resulta su motor y, por qué no decir, parte de su orientación.
Lacan lo señala muy bien en el Seminario 9: “…el deseo se construye en el camino de una pregunta que lo amenaza y que es del dominio del “n’être” [1]; haciendo alusión al juego de palabras entre naître y n´être.
En ese sentido, la familia muestra su dimensión irreductible en lo que entendemos por transmisión, que, en el mejor de los casos, pasa porque ese hijo o hija a venir, sea inscripto en las coordenadas de “un deseo no anónimo” [2]. Lacan es muy contundente en ello, asentando la subjetividad del futuro niño/a, en esta afirmación; sin dejar de lado lo que concierne a la otra cara de la transmisión, que hace a la opacidad de un resto, que, en el mejor de los casos, se anuda al deseo mismo. Este resto también resulta enigmático para la pareja parental, cuya naturaleza impide ser nombrado, en tanto que no pasa por lo simbólico, pero que sin lugar a dudas jugará su papel en el lugar que tendrá ese hijo a venir. Ahora bien, ¿qué hay de la transmisión en las familias contemporáneas?
Lejos de producir una generalización, vale la pena interrogarnos por el papel del enigma que concierne a la decisión de formar una familia. Parecería ser que en algunos casos opera un desplazamiento, una suerte de confusión entre el niño como “valor de goce” [3], es decir, el niño asociado al objeto de consumo, más que la posibilidad de ocupar la plaza, de ser encarnado en el deseo. Cuando esto último ocurre, lo encarnado también responde a un resto, pero que, por estar recortado, aún conserva su dimensión de enigma. El sujeto ignora de qué goza, y la propiedad de extimidad de ese objeto y su opacidad, deviene enigmático en el deseo.
Por otra parte, no olvidemos que el “valor de goce “Lacan lo indica en el Seminario 14, donde lo hace corresponder con el objeto a, que, en su dimensión más absoluta, encarnado en ese niño tomado como objeto, introduce una gran dificultad; la clínica nos enseña de ello.
No raramente escuchamos en las consultas la planificación exhaustiva de un hijo a venir, incentivada por la intrusión de la ciencia, sin atisbos de un interrogante, o el mismo niño, ofrecido como objeto de goce del Otro, o las disputas paternas por quien asume ciertas responsabilidades, ahí donde el sujeto, objeto niño, queda completamente caído, favoreciendo, en ocasiones, una tendencia al suicido. Lacan llama a esa tendencia “irresistible” [4], y opera como efecto de la ausencia de un deseo que no animó a ese sujeto a la entrada en el lenguaje y en el mundo.
Son variados los ejemplos y sin duda merecen su singularidad, sin embargo, remarcan la ausencia del enigma cuyo efecto en la transmisión hacen inclinar la balanza en la dimensión de un puro real, de pura certeza, donde no habría un hueco para que ahí emerja un sujeto.
En el Seminario 9 nos dice: “Es un primer paso… respetar como el misterio esencial del ser a venir, que haya sido deseado y por qué” [5].
Conservar ese misterio, merece la pena.
[1] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 9, La identificación. Clase del 28 de marzo de 1962. Inédito.
[2] Lacan, Jacques., “Nota sobre el niño”, Otros Escritos. Paidós 2012, p. 393.
[3] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 14. La lógica del fantasma. Paidós. 2023, p. 229.
[4] Lacan, Jacques. El Seminario. libro 5. Las formaciones del inconsciente. Paidós 1999. p. 253.
[5] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 9, La identificación, op.cit.