Una feliz coincidencia reúne la aparición de la película de Dani de la Orden, Casa en flames, y el tema del próximo congreso PIPOL 12: El malestar en la familia. Se acopla como anillo al dedo.
Si de la familia se trata, no es extraño que la protagonista sea Montse, la madre. El pistoletazo de partida nos anuncia que, lo que allí va a desplegarse, no tiene nada de superficial… la cosa promete. Antes de emprender viaje, Montse pasa por casa de su madre, una anciana que vive sola. Al abrir la puerta, la encuentra muerta. ¡Menudo momento para morir! ¡Justamente el fin de semana largamente esperado para reunir a toda la familia! Como nadie lo sabe, Montse decide callar, prosigue viaje.
El escenario es fundamental: una casa en Cadaqués, el corazón del veraneo de la burguesía catalana, con esos “puertos de domingo repletos de gaviotas”, tal como evoca la fantástica canción de Manel. La casa, la familia, es en realidad la protagonista, porque es allí donde vamos a ver desplegarse los movimientos de sus integrantes sometidos a su estructura. Es por eso que, estrictamente, no hay singularidades. Todos están ese fin de semana allí, reunidos, dando cuenta de la pertenencia a su filiación y del alto precio que cada uno paga por ésta.
La reunión familiar, como en las cenas navideñas, va a desplegar la más profunda ineptitud para tratar como personas, justamente, a los tuyos. El humor es la clave: no hay modo más eficaz para llegar al corazón de la tragedia que a través de la comedia. Si cada escena cotidiana y patética nos arranca una sonrisa, es porque lo que allí sucede nos concierne, más allá que la burguesía no sea la nuestra.
Pero lo que a mi modo de ver constituye el acierto de esta película, es haber reflejado la arquitectura de la familia a partir del vuelco que se produce, del paso que se da, entre el juego de la imaginación, propuesto por la novia psicóloga del padre, y la realidad. La recién llegada propone jugar a imaginar primero, el mejor lugar del mundo para cada cual; a continuación, a cómo ese lugar arde, y finalmente, a ver aparecer alguien que viene a rescatarlos.
La ensoñación de Montse, la madre, es la que acaba realizándose; salvo en un detalle. El mejor lugar del mundo para ella, es la casa; el escenario del pasado, que a menudo es el lugar de la felicidad, precisamente porque uno ya no está en él. En el juego de Montse, tras el fuego, no acude nadie, ella está sola. A diferencia de la ensoñación, la película termina con toda la familia abrazada frente al fuego (que no es precisamente al calor de una chimenea). La familia es pues índice de la pertenencia del sujeto al orden del ser. ¿qué es sino un apellido? La marca de una inscripción no anónima. Nada más, y nada menos. Esa pertenencia no resuelve gran cosa, porque las preguntas por el propio deseo, el sujeto necesariamente tendrá que caminarlas lejos de allí.
No hay la familia que hubiera tenido que ser… La buena familia siempre es la del otro. Pero el amor que la conforma es justamente así: real.
Tratar el fracaso constitutivo a la familia es hacer algo con la promesa que un día fuimos para el deseo del Otro. También nosotros, por suerte, la hicimos fracasar. Así, ese material privilegiado del malentendido estructural del ser humano será el desván de los restos de donde podremos encontrar nuestras mejores inspiraciones, para hacer cine o lo que cada cual haya decidido hacer en la vida.