El discurso popular transmite en su refranero una advertencia y a veces también, un remedio en relación a la familia. En el diálogo entre Sancho Panza y Don Quijote, parafraseando al realista que responde al idealista: En todas las familias cuecen habas y en la mía a calderadas.
El binomio que propone este eje Transmisiones barra Tensiones no deja de incidir en este choque entre el ideal, lo que se quiere, lo que se espera y la realidad de lo que pasa. La cuestión es si en la evolución de las familias la transmisión mantiene su lugar o si ha perdido peso en favor de la tensión. El malentendido inherente a la condición de seres hablantes, del que daría cuenta el enigma de la transmisión, no tiene hoy buena prensa. El enigma no está de moda, todo tiene que ser transparente y claro como el agua, el no saber no tiene lugar en el discurso de la eficacia.
Los padres, a quienes ha costado tanto tener el hijo, lo quieren educado, respetuoso, solidario, con valores y resulta que el hijo muestra un niño que les insulta, les pega, rompe cosas y ellos no saben qué hacer. La ideología de la parentalidad positiva empuja a educar a todos en la familia rebajando la diferencia entre el padre y la madre, entre el hombre y la mujer que están ahí en función de padres.
Tomaré como punto de apoyo dos cuestiones. La primera es a partir de algo que plantea Éric Laurent en 1991, cuando dice: “La familia moderna es una holofrase” [1], y la segunda, lo que plantea M. H. Brousse: “El estatuto del niño en la familia ha cambiado, de producto se ha vuelto fundamento” [2].
Si el lugar del niño en la familia ha sufrido este desplazamiento, de ser “producto” a ser “fundamento”, podemos plantear la pregunta ¿qué consecuencias para la transmisión? Las consecuencias recaen sobre todos, pero es quizás el niño el que sale peor parado. Ya que se puede decir que la condición de hijo viene dada, mientras que el niño se tiene que hacer, tiene que crecer.
La holofrase que da cuenta de la familia moderna podría escribirse: ElpadreLamadreloshijos, y la escritura de la familia actual podría tener esta fórmula: LamadreElpadreElhijo, con La madre en primer lugar como hipótesis de que la familia evoluciona hacia La Madre Ideal.
“La familia lo es todo…, la madre está siempre ahí”, decía un joven a quien recibimos porque se había peleado a puñetazos con su padre y había empujado a su madre. Su madre lo presenta: “tengo un hijo conflictivo” y no es hasta que en una ocasión nos dice que “cuando quiere puede ser muy amable” que accedemos a recibirlo.
El sentimiento de la maternidad, el apetito de muerte, el vínculo doméstico y la nostalgia del todo [3] forman parte del estudio que Lacan hace sobre “el complejo del destete”, en el que funda una primera alienación y también las condiciones para una separación.
Esta separación no es sin resto, y queda perfectamente demostrado cómo el seno familiar es un objeto tan próximo a la vida como a la muerte si tenemos en cuenta el diagnóstico que Lacan hace sobre la nostalgia de la humanidad como una “búsqueda del paraíso perdido anterior al nacimiento y de la más oscura aspiración a la muerte” [4].
El hijo conflictivo es hoy un joven que se ha servido de la oferta del psicoanálisis para nombrar el goce que puede hacer síntoma: “me quedé ahí como hijo”.
[1] Laurent, Éric. “Institución del fantasma, fantasmas de la institución”. Hay un final de análisis para los niños. Colección Diva, Buenos Aires, 1999, pp. 187-203.
[2] Brousse, Marie-Hélène. “El agujero negro de la diferencia sexual”. Lo femenino, Editorial Tres Haches, Buenos Aires, p. 55.
[3] Lacan, Jacques. La familia. Editorial Argonauta, Biblioteca de Psicoanálisis, Buenos Aires, 2003, pp. 42-43.
[4] Lacan, Jacques. “Los complejos familiares en la formación del individuo”. Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 47.