La familia mantiene la permanencia de su función constitutiva del sujeto. Sin embargo, está experimentando cambios profundos que, por su multiplicidad, la alejan decididamente de cualquier idea de anclaje “natural”.
De hecho, el discurso de la ciencia que se tradujo en la Ilustración y luego el del capitalismo [1], han afectado progresivamente a las formas de la familia.
Más recientemente, los avances de la biología han provocado la desconexión entre la concepción y la formación de pareja. Al mismo tiempo, los roles de padre y de madre se han visto profundamente alterados, particularmente porque el padre ya no forma parte de esta relación “incierta” que Freud [2] subrayó y que instalaba un régimen de suposición y comprometía en el niño la cuestión de la creencia, y por lo tanto, de la verdad [3]. A partir de ahora, como lo indican los cambios en el lenguaje, se habla de parentalidad.
Sin embargo, a pesar de que la ciencia va eliminando cada vez más la parte ficticia de las construcciones familiares, la familia no se disuelve, sino que persiste a través de acuerdos cada vez más diversos y flexibles. ¿A qué se debe que resista a estas transformaciones?
A su función de residuo, como la llama Jacques Lacan en su “Nota sobre el niño” [4].
Es que en su núcleo hay un real: el de la no-relación sexual. Cada montaje familiar responde, sintomáticamente, a este imposible. El sujeto se construye a partir de la forma en que se las arreglan quienes son sus padres.
La jerarquización fálica, que durante mucho tiempo ha constituido la forma de respuesta a la diferencia sexual, ahora se ha vuelto obsoleta, bajo la presión igualitaria propia de nuestras sociedades contemporáneas. Sin embargo, la redefinición de los roles de padre y madre que se deriva de ello, no puede permitirnos olvidar la aportación decisiva de Lacan: la madre es una mujer y lo que es determinante para el niño, para sus síntomas y para la clínica de cualquier sujeto, es la sexualidad femenina con el penisneid [5] como eje.
Así, la manera en que la madre alojará su deseo, cómo preservará (o no) el no-todo del deseo femenino [6], es decir, cómo soportará la falta que sostiene el deseo, cuenta para la posición que el niño pueda ocupar.
Pero la relación con el no-todo que constituye la estructura del deseo femenino, se aplicará también a quien ocupa la función de padre, y su consentimiento a que “esa otra sea Otro, es decir, desee fuera de sí” [7].
La cuestión para la familia será, por tanto, la de una transmisión, —irreductible, precisa Lacan— es decir, una transmisión que no se reducirá ni al saber, ni a la satisfacción de las necesidades, sino que será una transmisión constituyente para el sujeto, que se sostendrá en un deseo no anónimo. Y se desarrollará según la forma en que el deseo, el amor y el goce, hayan podido anudarse para quienes ocupan la función de padres.
La familia y la institución.
Sucede que los síntomas que presenta un niño llevan a sus padres a dirigirse a una institución. Luego piden ayuda en tanto que padres.
Los puntos de referencia estructurales del psicoanálisis lacaniano, permiten acogerlos sin crear la ilusión de un ideal familiar, dimensión que acecha a todas las instituciones, en la medida en que forma parte del discurso del amo y al mismo tiempo descalifica a los padres.
La “Nota sobre el niño” [8] nos da indicaciones precisas para entablar un encuentro con lo que hace síntoma en la familia. Permite, en particular, situar la posición del niño, ya sea en relación con la dimensión sintomática en la pareja parental o con el fantasma de la madre. Si el primer caso es el más abierto —y también más complejo— a nuestras intervenciones, es porque una dialéctica significante puede introducir la cuestión de la posición del niño como representante de la verdad de la pareja parental. En cambio, el segundo atañe al lugar de objeto del fantasma materno al que el niño está sobornado. En este caso, la articulación se reduce considerablemente, precisa Lacan: el niño “deviene el «objeto» de la madre, y ya no tiene otra función que la de revelar la verdad de ese objeto” [9]. El desafío para los intervinientes, es entonces aflojar esta “captura fantasmática” y presentar a través del dispositivo institucional o el del consultorio, otra modalidad del Otro [10], un Otro incompleto cuyo goce esté mermado, un Otro que no sea todo saber.
Un Otro que enseña, que aprende, a partir de lo que el niño presenta como respuestas a estas modalidades del deseo y del goce del Otro, que las acoge como intentos de separarse de ellas.
Si los padres encarnan el Otro primordial para su hijo —que puede ser también un adolescente o un adulto—, no están menos limitados por su propio prisma fantasmático, que ordena su relación con el mundo. Reeducar, corregir, proteger, contrariar un destino dramático, se impone a veces como una tarea que les corresponde, sin concesión posible.
Acoger a los padres [11], introducir la noción de real que surge de las dificultades de su hijo, como siendo una dimensión de exceso tanto para ellos como para su hijo, abrir un lugar donde puedan rechazar sus manifestaciones, tener en cuenta el saber que ellos mismos han elaborado sobre su hijo, contribuye a consolidarlos como posibles partenaires frente a la opacidad del goce que afecta a la familia. La exigencia que conduce sus acciones puede encontrase, así, aligerada.
Continuar una conversación con los padres sobre los síntomas, las dificultades, las mejoras encontradas, cambiar una nominación, proponer otras, valorizar un hallazgo particular, puede aflojar el vínculo que une al niño y a los padres.
La familia hoy
El poder de la ciencia para disolver los semblantes erosiona cada vez más las ficciones familiares; el padre resulta vaporoso, y la madre no se salvará, nos dice J.-A. Miller [12]. Entonces, qué podemos aprender de las múltiples formas que adoptan las nuevas disposiciones familiares, si las consideramos como respuestas a este real que está incluido en la necesaria transmisión que funda la familia. ¿Nos permiten estas captar las consecuencias de la subjetividad de la época?
[1] Miller, Jacques-Alain. “Le père devenue vapeur”. Mental. n.º 48, 2023, p. 14.
[2] Freud, Sigmund. “La novela familiar de los neuróticos”. Obras Completas. Vol. IX, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 219.
[3] Leguil, François. « Un lien qui sépare ». La petite girafe. n.º 24, 2006, p. 13.
[4] Lacan, Jacques. “Nota sobre el niño”. Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.
[5] Miller, Jacques-Alain. Donc. Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 126.
[6] Miller, Jacques-Alain. “L’enfant et l’objet”. La petite girafe. n.º 18, 2003, p. 9.
[7] Ibid., p. 10.
[8] Lacan, Jacques. Op. cit., p. 394.
[9] Ibid., p. 394.
[10] Zenoni, Alfredo. “Traitement de l’Autre”. Préliminaire, nº 3, 1991, p. 111.
[11] Antenne 110. “Pas sans les parents”. Préliminaire, nº 13, 2001, p. 25.
[12] Miller, Jacques-Alain. “Le père devenu vapeur”. Op cit, p. 16.
Traducción: Luis Alba
Revisión: Marlith Pachao