La asociación de la Causa Freudiana en Bélgica se reunió el pasado fin de semana para su Asamblea General en un local lleno y alegremente animado por nuestra presidenta Céline Poblome-Aulit, para escuchar, entre otros, a Virginie Leblanc-Roïc enseñarnos sobre la psicosis maníaco-depresiva. ¡El entusiasmo lúcido que reinaba en el lugar da cuenta de cuánto están trabajando los colegas belgas para recibirlos con motivo de PIPOL 12!
Si el psicoanalista causa su deseo de manera más bien maníaco-depresivamente, como recordó V. Leblanc-Roïc en referencia a “El atolondradicho”, es porque su posición fundamental concierne al objeto de la falta que Lacan indexó como pequeño a. Objeto que causa el deseo cuando falta, pero que puede precipitar al sujeto a identificarse con él cuando no es extraído, dejando entonces al sujeto entregado a la pulsión de muerte.
En esta edición del blog en dirección a PIPOL 12, Katty Langelez-Stevens señala precisamente que la tendencia contemporánea de la familia es reducirse cada vez más al núcleo que representa el propio niño. ¡Es el niño-objeto plus de gozar quien funda la familia y no al revés! Pero lo esencial para Lacan reside en la función de residuo de la familia que, articulada a un deseo, podrá ser la única en transmitir lo que constituirá las coordenadas subjetivas de ese niño. Pero, ¿qué ocurre con esta función de residuo en la era del neoliberalismo desatado? Es a eso a lo que responden los demás textos de esta entrega, cada uno a su manera, mostrando cómo el psicoanálisis hace del malestar en la familia un punto de articulación que relanza el circuito de la palabra, e incluso de la escritura.
Así, Laurence Maman muestra, a partir de la obra de Laure Murat sobre Proust, que se trata menos de separarse de la familia que de separarse de la parte tomada en el goce familiar. Al leer a Proust, la autora percibe su implicación en lo que fue su prisión aristocrática, que imponía hablar para no decir nada con el fin de mantener el goce en lo no-dicho.
Hay un desgarro secreto de la fa(m)ilia, una falla, por tanto, que Emmanuelle Chaminand Edelstein señala en el trabajo de Blandine Rinkel, quien descubre en sí un deseo de otro lugar para salir del silencio mortífero de lo familiar. Éste, bajo una aparente tranquilidad, provoca un sentimiento de extrañeza que nos indica que, al acercarse a lo íntimo, lo éxtimo nunca está lejos.
Si el hombre está así prisionero del lenguaje, como recuerda Xavier Gommichon, hoy nadamos en el globish –del que son aficionados los autistas– una nueva lalangue globalizada que acompaña ahora a la familia mundializada, tomada entre el flujo migratorio y el flujo de datos. En este doble flujo, los referentes de la transmisión se encuentran profundamente desdibujados, requiriendo una elucidación paciente por parte del psicoanalista. Es así como el psicoanálisis en la institución busca incluir a las familias en el campo de la práctica entre varios, que supone una posición donde cada uno se encuentra descompletado, como lo argumenta Jean-Philippe Cornet al subrayar que este trabajo busca aflojar la captura fantasmática para producir un nuevo lazo.
Así, el individualismo tiránico, que hoy compite con el totalitarismo de la multitud, desemboca en un cierto quiebre de la familia como discurso. Es lo que analiza Graciela Schnitzer, quien se pregunta qué podría venir a atemperar el goce del Uno. Una vez más, se trata de reintroducir al sujeto errante en el circuito de la palabra verdadera, haciendo lugar al malestar y a lo incurable.
Traducción: Fernando Gabriel CENTENO
Relectura: Cristopher TAPIA CHÁVEZ
