El niño ocupa ahora él mismo la función de residuo, lo que queda de la no-relación sexual entre los padres. Residuo indica aquí la posición de objeto a que el niño ocupa en la construcción familiar, así como la dimensión irreductible de esta función, entre objeto desecho u objeto precioso. Esto no deja de hacer eco al texto de J.-A. Miller [1], en el cual define a la familia por el Nombre-del-Padre, el Deseo de la Madre y los objetos a.
Francia ha conocido en las últimas décadas un aumento notable de las familias monoparentales. En 1990 representaban el 12% de las familias en general. En 2023, constituyen una cuarta parte del conjunto de las familias francesas. Las familias monoparentales están mayoritariamente constituidas por una madre que vive con sus hijos.
Marcela Iacub, en su ensayo La fin du couple [2], señala que la prioridad otorgada al amor romántico ha transformado la relación social con el lazo conyugal: los individuos que forman una pareja ya no intercambian posiciones y ventajas como antes.
A lo largo del siglo XX, el matrimonio experimentó una transformación profunda en términos de significados sociales, religiosos y jurídicos. A principios de este siglo, aún se trataba de una institución tradicional con un contrato social y religioso cuyo objetivo era garantizar la transmisión del patrimonio, legitimar a los hijos y garantizar la estabilidad social. El divorcio era legal (desde 1884), pero altamente desaprobado. Seguía siendo algo excepcional. Después de la Segunda Guerra Mundial, el declive de la religión y la emancipación de las mujeres contribuyeron a la transformación de los roles dentro del matrimonio. El auge del desarrollo personal y del amor, junto con la reforma del divorcio en 1975 en Francia, provocaron un aumento considerable del número de divorcios.
M. Iacub señala que el Estado, en los últimos años, ha dado prioridad a la protección de la relación entre la madre y el niño, mientras la refuerza; las demás relaciones siguen apareciendo como sospechosas. Según ella, se trata de una función disociativa del lazo social que el Estado apoya allí en su actuación: si en el pasado la familia estaba centrada en el matrimonio y, por lo tanto, en la pareja, ahora lo está en los lazos madre-hijo. El padre, convertido en el acompañante de la madre, es ahora una figura secundaria incierta y reemplazable. Su rol es permitir a su compañera llevar a cabo la maternidad gracias a su contribución financiera y afectiva.
Siguiendo a esta autora, ahora las violencias sexuales y psíquicas son más severamente castigadas cuando ocurren dentro de la pareja que cuando ocurren fuera de ésta. Estas nuevas disposiciones han fragilizado aún más a la pareja, vista ahora como el lugar de todos los peligros, especialmente para las mujeres a las que la dependencia financiera y la vulnerabilidad física someten. Mientras que en el pasado la pareja había sido un ámbito relativamente impermeable ante los ojos de la ley, ahora se ha convertido en el lugar donde más la ley interviene. Este proceso es el resultado de una mutación del sistema familiar derivada de las codificaciones napoleónicas; más específicamente, de un cambio en el estatus de la sexualidad fuera del matrimonio.
Analizando así los efectos producidos por Mayo del 68 sobre las familias, M. Iacub concluye que no es el fin de la familia, que la familia es a menudo hoy monoparental, pero que sí es el fin del vínculo conyugal que unía a aquellos que ocupaban la función del padre y de la madre. Se produce una disociación entre la familia y el conjugo. La familia ya no se funda en el pater familias, ni en el vínculo conyugal, sino únicamente en el vínculo de la madre con sus hijos, lo que la autora lamenta como una esclavitud más para las mujeres, que se ven reducidas a ser madres y cuya sexualidad, por lo tanto, se ve muy limitada. Ella aboga por una solución utópica reichiana en la que los niños serían cuidados por profesionales, liberando así a las madres y permitiéndoles llevar libremente su vida de mujer.
Es un punto de vista que, a pesar de sus excesos, tiene aspectos interesantes y nos permite percibir de otro modo la evolución de la familia. No obstante, esto aún no nos lleva a la vaporización de la madre de la que habló J.-A. Miller. Se trata más bien aquí de la exclusión de la mujer en favor de la madre y sus hijos.
¿Cómo entender, entonces, esta “vaporización de la madre”, que ha seguido el mismo camino que la del padre que la precedió?
En primer lugar, se observa que la madre se ha convertido, también ella, en una función dentro de la nueva definición de la familia que propone J.-A. Miller.
Si Alexandre Stevens todavía podía en 2000 [3] plantear la cuestión de la función materna, hoy la respuesta se impone. Ya que la madre también se ha convertido en un significante que cualquiera puede encarnar, un significante bajo el cual cualquier personaje puede alojarse, se ha convertido, por tanto, en una función: la del Deseo de la Madre. Un hombre puede ocuparla, ya sea encarnando el Deseo de la Madre en una pareja heterosexual, o bien encarnándolo en una pareja homosexual. Una otra mujer que la madre también puede ocuparla: una madre adoptiva, una mujer en una pareja homosexual que no es la que dio a luz al niño, o cualquier otra persona que cuide del niño con un deseo particularizado.
Añadamos que la extraordinaria evolución de la medicina ha hecho que la madre misma se vuelva incierta, puesto que el don de óvulos permite quedar embarazada de un embrión que no tiene nada que ver genéticamente con uno, o que está constituido por el óvulo de su hermana y el espermatozoide de su marido, o bien es posible adoptar al niño que genéticamente es suyo pero que ha sido portado por otra mujer, etc.
Tras haber sido un real, la madre misma se ha convertido en un semblante. El único real que queda es el niño mismo.
Si hay una desfamiliarización de la sociedad –o más bien una refamiliarización extremadamente variada–, es muy diferente de la desfamiliarización tal como se entiende hoy en día a partir de la clínica psicoanalítica. Durante la crisis del pase en 2021, J.-A. Miller intervino con la siguiente crítica sobre los testimonios de los AE: aún estaban demasiado impregnados de la historia familiar y más bien testimoniaban algo que no había pasado. La idea es que, al término de un análisis y de la desidentificación, la pequeña historia debe ceder el lugar a la única lógica del caso, de la cual solo el analizante mismo puede realmente dar cuenta.
Desde el Seminario XX [4], la lalengua –que es el inconsciente mismo–, es tocada por el largo recorrido analítico: como una lengua extranjera, desfamiliariza al sujeto de su historia y del goce que le está ligado.
[1] Miller, Jacques-Alain. “Cosas de familia en el inconsciente”, Introducción a la Clínica Lacaniana. Conferencias en España. España, ELP, 1993, p. 341.
[2] Iacub, Marcela. La fin du couple. Paris, Stock, 2016.
[3] Stevens, Alexander. “Y-a-t’il une fonction maternelle ? ” Feuillets du Courtil n° 5, L´enfant et la famille. Bélgica, Champ freudien, septiembre de 1992, pp: 23-26.
[4] Lacan, Jacques. El Seminario, libro XX, Aún. Paidós, Buenos Aires, 1991.
Traducción: Cristopher Tapia
Relectura: Fernando Gabriel Centeno